En mi experiencia, he conocido a muchos emprendedores que desean alcanzar el éxito, pero no están dispuestos a hacer lo necesario para lograrlo. Parecen soñar con que todo les llegue servido o con tomar siempre el camino más fácil y rápido, como si las oportunidades debieran caerles del cielo sin mover un dedo. Es como si esperaran que los beneficios llegaran sin esfuerzo, y cuando eso no sucede, son los primeros en quejarse de su situación, de que las cosas no van bien o de que están en la miseria.
Lo que no entienden es que el éxito no se regala. Hay un precio que pagar, y ese precio es el trabajo duro, la perseverancia y el sacrificio. Es frustrante ver cómo muchos buscan lo “celeste” —lo mejor, lo más alto—, pero no están dispuestos a sudar para conseguirlo. Y después, cuando no logran sus objetivos, culpan a todo menos a sí mismos: al mercado, a la falta de oportunidades, a la falta apoyo, a la economía… Pero pocas veces miran hacia adentro para reconocer que no han puesto el esfuerzo suficiente.
La verdad es que el camino del emprendimiento está lleno de desafíos, y quien no está dispuesto a enfrentar esos desafíos, no puede esperar resultados extraordinarios. No se puede pretender alcanzar grandes metas sin hacer sacrificios, sin invertir tiempo y energía en cada paso. Al final, los que solo se quejan de sus fracasos, sin haberlo dado todo, terminan siendo víctimas de su propia falta de compromiso.
¿Por qué celeste?
Celeste es el color azul claro del cielo, y se usa como símbolo de algo alto y difícil de conseguir. Representa lo que muchos desean o consideran valioso, pero que solo se logra con esfuerzo y dedicación. Es una forma de decir que las metas importantes no se alcanzan fácilmente, y requieren trabajo para lograrlas.
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